Caballos legendarios

El Caballo Andaluz

Altaïr
Amira
Tormenta
Zaldia
Bucéfalo

Contenidos

Prólogo

Prólogo

Turquía, Zacarías

El conocimiento no tiene precio.

Bien afeitado y vestido a la occidental, nadie reconocerá bajo su nueva apariencia al hermano Zacarías, el humilde monje copto…

Desde mi huida de Egipto, posible gracias a los dólares que robé a Leyla, esa estúpida e ignorante estudiante de arqueología que no sé cómo se las arregló para engañarme, no he podido dejar de darle vueltas. Me dejé cegar por la codicia, tomé el dinero y prescindí de aquel otro objeto mucho más precioso… ¡La rabia me corroe las entrañas como una rata!

Cuando me di cuenta de que el objeto que debía entregar a Hannibal seguía en manos de Leyla y su amigo americano, supe que no podría presentarme ante mi patrón sin poner mi vida en peligro. Había fracasado; la huida era mi única opción. Luego descubrí a través de los medios de comunicación que se había producido un robo misterioso en el lugar más seguro de El Cairo: el Museo Nacional.

Prólogo

Obviamente, Hannibal había logrado recuperar el preciado fragmento de metal sin mi ayuda. Quiero comprender por qué este hombre que lo tiene todo, dinero, poder y fama, está tan obsesionado por este miserable triángulo de metal grabado.

Sé qué aspecto tiene el fragmento de metal porque Hannibal me envió una foto de uno similar antes de confiarme la misión de recoger el de Leyla. Ahora pienso que tal vez pudiera ganarme de nuevo el respeto de Hannibal si le aportara una información capital que él desconociera. Y estoy a punto de obtener esta información…

Durante mi formación como monje, viví y estudié en muchos monasterios de todo el mundo. Ahora, después de tantos años, estoy de nuevo en Anatolia, en la parte oriental de Turquía. Muchos pueblos se han cruzado en estas tierras: semitas, turcos, romanos, hititas, lidios, griegos, persas, árabes, etc. Fueron los persas quienes denominaron a esta región Capadocia, que significa «tierra de bellos caballos». Podría ser perfectamente un paisaje lunar; su aspecto es tan sobrenatural. Los recuerdos de mi primera visita afloran y se entremezclan en mi mente.

Prólogo

Un valle salpicado de formaciones rocosas volcánicas, conos de basalto y toba excavados por el hombre, conocidos como «chimeneas de hadas»; laderas de la montaña rocosa que asoma más de 1.000 metros sobre Göreme, seguidas por un largo y estrecho cañón encajado entre dos acantilados surcados de moradas e iglesias excavadas en la roca y pintadas en vivos colores. También recuerdo una inmensa ciudad subterránea y la sensación de claustrofobia que experimenté. Respiro profundamente para ahuyentar de mi mente este torbellino de recuerdos y centrarme en mi objetivo. Tengo que llegar al Yüksek Kilise, el santuario más alto de la montaña donde me alojé siendo un escriba novato…

Subo las desgastadas escaleras que tallaron en la roca los ermitaños cristianos perseguidos durante el siglo IV hasta llegar a la cueva natural encaramada en la montaña escarpada. Este refugio fue un importante monasterio ortodoxo, posteriormente abandonado a causa de su difícil acceso en favor de las construcciones de las llanuras. ¿Qué fue de la tenacidad de los primeros monjes, que atravesaron la montaña para construir un refectorio y conductos de ventilación, así como celdas al

Prólogo

estilo de una colmena para una comunidad que no cesaba de crecer? También excavaron galerías para poder escapar en caso de ataque. Crearon una biblioteca increíble a base de recopilar y clasificar las tabletas y los pergaminos aportados por los fugitivos. Aquí, en esta biblioteca olvidada y retirada de la vista, espero encontrar lo que ando buscando. Me tiemblan las manos ligeramente al retirar la barrera de seguridad que bloquea la entrada de la cueva.

Recorro por pasillos desiertos, acompañado únicamente por el eco de mis propios pasos. Todo lo que se consideró demasiado pesado o inútil quedó aquí. Consigo llegar a la biblioteca. Recuerdo haber estado aquí sentado ante esta misma mesa de piedra, con una vela de cera encendida, y sentirme frustrado y apesadumbrado por los encargos pendientes. Para probar tanto mi fe como mi abnegación, me habían asignado copiar escritos menores. Ignoraba el significado de lo que debía copiar, porque el pergamino original se había desmoronado con el tiempo y el Padre Superior se obstinaba en preservar exhaustivamente todas las escrituras antiguas. Apretando los dientes, copiaba palabras incomprensibles que parecían rayar la locura.

Prólogo

Un griego que decía ser soldado a finales del siglo IV a. C. narraba una huida rocambolesca desde los confines de la India en la que citaba la maldición de su misión secreta: la obsesión por la estrella de Zeus que poco a poco le consumía el hígado y el cerebro. En el centro del pergamino había un dibujo que yo había copiado con gran dificultad ya que era casi indistinguible, como si alguien hubiera arañado con furia el pergamino para borrar lo dibujado en él. Me llevó toda la noche obtener una copia completa del antiguo pergamino. Al amanecer entregué el fruto de mi trabajo al hermano bibliotecario con la esperanza de recibir algún tipo de reconocimiento, pero este asintió distraídamente y luego enrolló el pergamino y lo archivó abajo del todo, en el fondo de la recámara, en la sección de escritos menores.

Tal como esperaba, solo se llevaron los escritos de los santos y los denominados mayores. A medida que me acerco a los archivos de la parte inferior, se me acelera el corazón. De rodillas, rebusco febrilmente en las recámaras más bajas. Abro y descarto todas las copias innecesarias que han hecho

Prólogo

otros aprendices a lo largo de los años. ¡Aquí está la mía! Mi copia sigue intacta. La tinta apenas se ha decolorado. Noto el pulso con fuerza en la sien al contemplar el dibujo central: un triángulo de base quebrada, cubierto de letras griegas y símbolos extraños, ¡muy similar al triángulo de la foto que Hannibal me envió!

Releo mi copia y empiezo a reír sin control. La última frase afirma que el soldado confió a los sacerdotes de Zeus la protección de aquello que pertenecía a Zeus. Cuán débiles y temerosos son los hombres ante la omnipotencia que conceden a sus dioses… Y ahora yo soy poderoso ante Hannibal, ¡ya que tengo la clave de un nuevo fragmento de la estrella de Zeus!

Ciertamente, el conocimiento no tiene precio.

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Capítulo 1

País Vasco, Nadia

Nunca antes había visto el océano. Desde lo alto del acantilado, diviso cómo las olas se vuelven blancas de espuma y se estrellan contra las rocas. Escucho su rugido obstinado, mientras siento cómo la brisa marina azota mi cabello y deposita gotas saladas en mis labios. Abro los brazos y ofrezco mi cuerpo al poder de los elementos, riéndome como graznan las gaviotas al revolotear sobre las olas. Tal vez podría alzar el vuelo, planear como los pájaros que desafían el viento y luego se sumergen con precisión para atrapar con el pico al desafortunado pez elegido como presa.

—¡Nadia! ¡Ven a ayudarme!

Me relamo con avidez y me alejo del borde del acantilado a regañadientes. Mi padre me fusila con la mirada. Sus ojos parecen decir: «no estamos aquí para divertirnos». Pero tengo tantas ganas de saborear el descubrimiento del océano, de recorrer el borde del acantilado, de danzar entre las gencianas celestes y los narcisos soleados, las orquídeas malva y las radiantes

Capítulo 1

amapolas, y de perseguir mariposas rebosantes de color. Me prometo dedicar cualquier momento libre a explorar este increíble paisaje. A continuación, me dirijo hacia la pista donde se encuentra el avión privado que nos ha traído desde Rusia a mí, a mi padre y a nuestros caballos.

Una especie de carrito de golf está ya cargado con el equipaje y los equipos que mi padre ha elegido traer. Lo observo alejarse por un camino sinuoso a través de las rocas y luego desaparecer tras una arboleda de robles que oculta el panorama tierra adentro. Me pregunto dónde nos alojaremos. Dos hombres, firmes como un poste, esperan ante la gran puerta de metal del avión, listos para abrirla cuando mi padre se lo indique. Mi padre me entrega dos ronzales; yo me haré cargo de Mishka y Mysh’, y él cuidará de Zaldia. Tras un largo vuelo, y a pesar de los «sedantes» herbales que les dimos antes de embarcar en el avión, los caballos pueden reaccionar de forma impredecible al pisar de nuevo tierra firme. A la señal de mi padre, los hombres accionan el mecanismo de apertura de la puerta, que se convierte en una rampa. Subimos por ella y nos dirigimos a los boxes acolchados donde nos aguardan

Capítulo 1

los caballos, inquietos. Engancho los ronzales a los cabestros y conduzco a Mishka y Mysh’, los gemelos «oso» y «ratita», al exterior, susurrándoles palabras de aliento. Exploran este nuevo entorno con los ojos, las orejas y el hocico y, como no detectan señales de peligro, comienzan a pastar alegremente. Zaldia, sin embargo, requiere más atenciones. Le hace falta la seguridad de mi padre, y todas las palabras que le susurra al oído, para decidirse a avanzar hacia la plataforma que tiene al lado. Sus potentes músculos tiemblan. El caballo gira la cabeza en todas direcciones, escudriñando cada detalle con cautela. Ver que Mishka y Mysh' actúan con calma lo tranquiliza un poco. Zaldia da unos pasos sobre la pista y luego hacia la landa. Sacude su larga crin ondulada, dejando ver su impresionante cuello. Su capa, bajo la cual se marcan sus poderosos músculos, brilla al sol como un manto real. Su paso elegante destaca la nobleza de este semental andaluz, orgulloso y fuerte a la vez que frágil.

—Sr. Tkachev, el avión tiene que despegar —interrumpe uno de los hombres—. Debemos alejar a los caballos. Si nos siguen, les guiaremos hasta los establos.

Capítulo 1

Mi padre asiente y, sosteniendo el ronzal de Zaldia holgadamente, sigue a los dos hombres que aún están igual de firmes. Yo voy detrás con Mishka y Mysh', por el camino que antes recorrió el carrito de golf con el equipaje. Cuando llegamos al robledal, oigo el chasquido metálico de la puerta lateral del avión y los caballos se sobresaltan. Los tranquilizo con palabras tiernas y echo una mirada atrás. El jet rueda por la pista y da media vuelta para luego tomar velocidad, haciendo rugir los motores. Avanza en dirección al océano, cada vez más rápido, y justo antes de llegar al borde del acantilado se eleva majestuosamente. El piloto repliega el tren de aterrizaje y el pájaro de metal vuela hacia el cielo; en cuestión de segundos desaparece de mi campo de visión. Siento que algo me oprime el pecho y trato de respirar profundamente varias veces. Acabo de darme cuenta de que hemos aterrizado en esta tierra desconocida y ya no hay vuelta atrás. Espero que mi padre, tan reservado y silencioso que no me dijo que nos íbamos hasta el mismo momento de partir, tenga una buena razón para hacérnos dejar todo atrás…

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Capítulo 2

Vaya… En cuanto franqueamos el robledal, se impone ante nosotros una visión bastante impropia de esta zona agreste. Un castillo neogótico, según indica el mayor de los dos hombres, domina el acantilado y el océano desde lo alto de su promontorio rocoso. Sus torres altivas parecen desafiar cielo, mar y viento. Distingo un enorme jardín «a la francesa», muy bien cuidado, con parterres de flores y rincones tranquilos ideales para conversar discretamente. También hay un impresionante teatro al aire libre en el que celebrar representaciones. Un escalofrío me recorre la espina dorsal. ¿Qué tipo de «señor» contemporáneo podría habitar tan extraño castillo?

—Aquí están los establos —dice el más joven de los hombres, apuntando en dirección opuesta al castillo.

Retiro la mirada de este monumental castillo y observo una explanada vallada con puertas altas de hierro forjado, en su centro hay un picadero cuadrangular y una escuela de equitación. Extensas cuadras pueblan toda la explanada, al final de la cual se hallan diversos establos, una

Capítulo 2

guarnicionería y un granero de madera. Todo se ve tan limpio, pulido y perfecto… ¡pero no veo ningún indicio de que haya caballos por aquí!

Cuando me acerco a los establos, me doy cuenta de que todo el edificio está cercado por grandes verjas de hierro. Es imposible que entren peatones ni vehículos. O que salgan… Me estremezco a pesar del cálido clima primaveral, presa de una sensación de aislamiento y opresión digna de la colonia penitenciaria de Krasnokamensk, en Siberia. ¿Estamos en una prisión dorada? Odio sentirme atrapada casi tanto como sentir que no tengo elección. ¿Por qué mi padre, cosaco orgulloso e inflexible casi hasta el punto de convertirse en una tumba, es incapaz de hablar conmigo? ¿Por qué no puede compartir sus pensamientos y sus planes, por no hablar de sus sentimientos? ¿Cómo pudo mi madre, que murió al alumbrarme, aceptar a alguien como él, duro como el granito? Estoy furiosa. Me he contenido durante tanto tiempo que ahora quiero gritar, abandonar este lugar de inmediato. Pero no tengo alas y no puedo levantar el vuelo, si salto al océano sin duda me estamparé contra las rocas… y no habré ganado nada. No tengo más remedio que

Capítulo 2

guardar silencio y atender los deseos del padre hasta que pueda abandonar el nido…

Dejaré atrás el mundo del circo donde crecí, a pesar del profundo afecto que siento por mi tío Vassili y mi tía Irina, tan tiernos y sonrientes como taciturno puede llegar a ser mi padre. Al morir mi madre, la tía Irina convenció a su hermano de que renunciara a sus cargos militares, se uniera al circo y cuidara de mí. Como buen cosaco, él se consagró a los caballos y acabó comunicándose únicamente con ellos. Perfeccionó progresivamente su talento como «susurrador de caballos» hasta tal punto que su reputación atrajo a numerosos propietarios de caballos «difíciles», a los que apaciguaba y domaba.

Yo aprendí a hacer malabares, a caminar por la cuerda sobre la pista, a saltar de un trapecio a otro y a dar saltos mortales sobre caballos al galope, ante los aplausos del público. Todo esto gracias al trabajo duro, la disciplina y la confianza en mis compañeros, y sobre todo en los caballos. Creo que si no hubiera sido tan increíblemente feliz junto a ellos, nunca habría tenido la fuerza suficiente para que mi sonrisa en escena brillara tanto como las lentejuelas de mi atuendo…

Capítulo 2

Acaricio el copete de Mishka, que se ha acercado a hundir su hocico en mi cuello. Su hermana gemela Mysh' sigue su ejemplo de inmediato. Los embarazos gemelares son muy poco frecuentes en yeguas. Muchas veces, solo sobrevive un único potro. Mysh' significa ratita; era tan pequeña y frágil cuando nació que no sabíamos si tendría fuerzas para vivir. Pero creció y se desarrolló hasta ponerse a la altura de su hermano Mishka, el oso. Los gemelos compiten entre sí, mordisqueándome y resoplando. Al final, me río a causa de las cosquillas que me hacen los dos caballos para reclamar caricias. Me invade un sentimiento de cariño por la tía Irina, que dice que entre sus crines alazán doradas y mi cabello pelirrojo enmarañado, ¡la escena parece una pelea de ardillas! Luego me relajo y abrazo a mis compañeros uno por uno. No importa lo que nos depare el porvenir; si ellos están a mi lado todo irá bien, ¡estoy completamente segura!

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Capítulo 3

Nuestros caballos ya están ubicados en la cuadra y, tras guardar los equipo que mi padre trajo a la guarnicionería, nos montamos en uno de los coches eléctricos que están aparcados bajo un alero.

—Es muy fácil de conducir —explica uno de los hombres, a la vez que presiona un gran botón del salpicadero para ponerlo en marcha—. Esta palanca tiene tres posiciones: marcha adelante, parada y marcha atrás. Les acompañaremos durante el primer trayecto y luego podrán desplazarse a su aire.

Me impresiona el silencio del vehículo eléctrico tanto como el mutismo de nuestros guías, de modo que, aunque tengo mil preguntas que hacer, decido concentrarme en el viaje hacia el castillo, donde pronto podremos instalarnos en nuestras habitaciones.

Cruzamos hectáreas de campiña que son de todo menos urbanas —acantilados, landas de brezo y junco, prados, arboledas— hasta que llegamos al majestuoso castillo de piedra blanca, tirando a rosada. Erigido de cara al océano, parece estar formado por un edificio

Capítulo 3

central del que salen tres alas, cada una de ellas coronada por una torrecilla rematada en pizarra. Rodeamos las dos primeras alas y nos detenemos frente a la entrada del edificio principal, bajo un arco adornado con gárgolas y monstruos terroríficos. Reprimo un escalofrío y vuelvo la mirada hacia el aparcamiento, lleno de vehículos dispuestos en ordenadas filas.

—Sean tan amables de seguirnos…

Subimos por una escalera tallada en la misma piedra que las paredes y llegamos al salón principal, inundado por la luz que atraviesa sus grandes vidrieras.

—La capilla se halla a mano izquierda. La biblioteca y los apartamentos privados del Sr. Hannibal están al frente y el ala reservada para invitados queda a mano derecha. Les guiaré hasta sus habitaciones y les mostraré dónde pueden descansar y alimentarse.

Ah. Así que somos los invitados de un tal Sr. Hannibal del que nunca he oído hablar. Espero que una vez que estemos todos acomodados, ¡mi padre me cuente por fin qué está pasando! Mientras

Capítulo 3

tanto, le sigo a lo largo de un amplio pasillo, no sin antes mirar atrás, a la impresionante escalera de caracol que conduce a las habitaciones privadas, distribuidas en tres plantas. La cúpula de cristal en lo alto refleja la barandilla y proyecta la luz del atardecer a cada paso, dibujando líneas sobre los retratos familiares que cubren las paredes. Es tan hipnotizante que me cuesta alejarme de esta espiral de luces y sombras. Los empleados de nuestro anfitrión nos abren las puertas de las habitaciones en perfecta sincronía y mi padre y yo entramos en la zona que nos han reservado.

Lo primero que descubro es que la poca ropa que metí con prisas en la mochila está cuidadosamente doblada o colgada en perchas en uno de los armarios. Siento que me pongo roja como un tomate y rápidamente me giro hacia la ventana. Estoy terriblemente avergonzada. ¡Incluso me han doblado y colocado la ropa interior! Abro las ventanas de par en par para disimular mi vergüenza y me recibe el graznido de las gaviotas sobre el murmullo del océano. Me asomo a la ventana: es maravilloso. Mi habitación cuelga sobre el vacío y me permite ver completamente la puesta de sol, en el horizonte sobre las olas.

Capítulo 3

Por fin podré disfrutar del lujo inesperado de dormir en un castillo, yo que jamás he conocido otra cosa que no fueran las acogedoras, si bien increíblemente kitsch, caravanas circenses.

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Capítulo 4

—¿Nadia?

Hmm… ¿Quién me llama a estas horas tan intempestivas?

—Nadia, ¡es hora de levantarse! El desayuno se sirve en la cuarta puerta a mano derecha.

Vaya, con lo hermoso que era mi sueño… Retiro con los pies el grueso edredón que me envuelve como si fuera un abrigo de piel y me desperezo lentamente. ¡He dormido como un lirón! Me acerco a la ventana para dar los buenos días al mar y luego me pongo unos vaqueros viejos y una sudadera. Descalza, voy a reunirme con padre.

¡Sorpresa! En el comedor hay un hombre sentado a la izquierda de mi padre, de espaldas a la luz de las vidrieras que inunda toda la estancia. ¡Podía haberme avisado! ¡Me he vestido como una vagabunda y mi pelo debe parecer un torbellino de lava!

—¡Ongi etorri Euskal Herria! —bienvenidos al País Vasco, traduce nuestro anfitrión.

Capítulo 4

Qué voz más sorprendente, tan seria y carismática… Hago una reverencia torpe, medio inspirada en nuestros espectáculos de circo, lo que provoca una carcajada en nuestro anfitrión en un tono totalmente desprovisto de alegría.

—Por favor, tome asiento, Bosikom Printsessa.

Entre la pinta de recién levantada y el comentario de «princesa descalza» que ha hecho este hombre, que supongo que será el Sr. Hannibal, ¡rara vez he pasado tanta vergüenza!

—¡Cuánto has crecido desde que te vi en Moscú…! —continúa con un toque de nostalgia.

Hundo la nariz en un tazón de chocolate caliente, que está justo en su punto, grueso y aterciopelado. Ojalá pudiera desaparecer en él para siempre. Siento que la mirada de Hannibal me atraviesa, como si tratara de sondear mi alma. ¡No recuerdo haberle visto nunca! Afortunadamente, mi padre desvía la atención preguntándole:

Capítulo 4

—¿Está listo?

¿Listo? ¿Listo para qué? ¿Averiguaré finalmente por qué mi padre nos ha traído a este disparatado castillo, a su inquietante dueño, y qué quiere de nosotros?

Como sigo mirando al suelo, solo logro oír una silla que se mueve y el leve roce de las ropas. El eco de unos pasos sobre las baldosas de mármol me indica que Hannibal abandona el comedor. Algo me hace alzar la vista; el sonido de sus zapatos contra el suelo es ligeramente desigual. Lo comprendo al retirar el cabello y observarle caminar; Hannibal cojea ligeramente. Vuelvo a bajar la mirada en cuanto se detiene y gira el pomo de la puerta.

—Le veré en la cuadra en media hora.

¿La cuadra? Espero a que el sonido de sus pasos se debilite lo suficiente antes de fruncirle el ceño a mi padre, diciendo:

—Aparte de los nuestros, no he visto ningún otro caballo en esta finca, ¡así que no puede haber ningún

Capítulo 4

caballo «difícil» que Sergei el susurrador de caballos deba reeducar! ¡Espero que no nos hayas hecho venir hasta aquí para venderle nuestros caballos!

—No —responde mi padre sin rodeos, al tiempo que se levanta de la mesa.

—¿Entonces qué hacemos aquí? ¿De qué me conoce este hombre? ¿Vas a decirme por fin qué está pasando?

—Vamos a enseñarle a montar a caballo de nuevo. Date prisa en arreglarte. Te espero en el aparcamiento.

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Capítulo 5

Apenas me da tiempo a lavarme los dientes, recogerme el cabello y ponerme las zapatillas antes de que llegue el carrito que nos trasladará a los establos. Nuestro circo monta un espectáculo en Moscú cada año por Navidad, pero no recuerdo haber visto nunca a Hannibal en él. Yo debía ser muy pequeña si él se acuerda de mí, pero yo de él no. Tengo tantas preguntas en la cabeza. ¿Por qué necesita Hannibal artistas de circo para volver a enseñarle a montar a caballo? Con todos los medios que parece tener a su disposición, ¡podría conseguir los mejores instructores de equitación del mundo! ¿Cómo se ha «olvidado» de montar a caballo? ¿Se debe su cojera a un accidente de equitación? ¿Un terrible accidente que le dejó traumatizado?

Ya estamos. Mi imaginación vuela a mil por hora, imaginando 10.000 situaciones posibles. Termino por sentir lástima por este hombre glacial de quien realmente no sé nada. Tal vez la equitación no sea más que el capricho de un millonario aburrido. ¡Puede que cambie de opinión al instante y decida aprender a saltar en paracaídas o a bordar en su lugar! Sacudo la cabeza y

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respiro profundamente para alejar tan alocadas ideas. Si mi padre me contara las cosas, ¡tendría muchas menos preocupaciones y menos dolores de cabeza!

Hannibal ya está delante de la cuadra, alto y firme, a una distancia considerable de la puerta. Lleva un traje de montar completo, sombrero, chaqueta, pantalones y botas incluidos, todo de estreno. Hago una mueca al ver la fusta que esgrime contra su muslo y las espuelas que relucen en la parte posterior de sus botas. Uh oh... Si pretende montar a nuestros caballos, espero que mi padre le haga quitarse estos dos últimos accesorios. De lo contrario, ¡juro hacerlo yo misma!

Me sorprende que Mishka y Mysh' no estén agolpados ante la puerta, suplicando una palmadita en la cabeza o una golosina. Están al fondo de la cuadra, detrás de Zaldia, que parece retenerlos y mantener la guardia, tan tieso como el mismo Hannibal. Cuando nos identifica a mi y a mi padre, Zaldia deja escapar un relincho de reconocimiento y se relaja. Viene trotando hacia nosotros, seguido por los gemelos a galope que pronto le adelantan y se detienen justo antes de llegar a la valla. Estoy tan feliz

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de verlos. No puedo evitarlo. Me cuelo por debajo de la barrera y me acerco a saludarlos. Los acaricio y ellos me olisquean los bolsillos en busca de zanahorias, excitados como potrillos. Yo los tranquilizo y llamo a Zaldia, pero me doy cuenta de que está retraído, observando a Hannibal por el rabillo del ojo, aún sin confiar en este desconocido. Me vuelvo hacia mi padre, a la espera de instrucciones. Doy por hecho que va a pedirme que coja una brida y una silla de montar para comenzar nuestra lección, pero en su lugar camina hacia la puerta y se dirige a Hannibal:

—Deje ahí la fusta y las espuelas, y sígame.

Bien. Mi padre ha superado la misión «deshacerse de los instrumentos de tortura». Hannibal parece perdido, como si le pasara una película por la cabeza, pero la voz de mi padre le saca de su ensoñación. Se pasa la mano por el pelo con nerviosismo antes de obedecer y avanzar hacia la puerta, visiblemente estresado. Una vez cerrada la puerta de la cuadra, mi padre camina lentamente hacia los caballos, seguido de Hannibal, prácticamente escondido tras él. Ni que mi padre fuera su guardaespaldas. Zaldia da

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un paso hacia atrás, aplana las orejas y patalea antes de galopar hasta el fondo de la cuadra. Los gemelos, más complacientes, se acercan lentamente a mi padre.

—Estos son Mishka y Mysh' —le indica a Hannibal, apuntando a la derecha y la izquierda, respectivamente.

Mi padre se detiene y los saluda con la cabeza. En respuesta, los gemelos paran al unísono y bajan una rodilla al suelo; es su reverencia en las actuaciones.

Tengo ganas de aplaudir, pero puedo sentir la tensión extrema de Hannibal. Está increíblemente pálido, con los dientes apretados, y sospecho que lucha por controlarse. Mi padre no le presta ninguna atención. Sigue acariciando el cuello de los caballos y luego le llama:

—Acérquese.

Pero Hannibal está petrificado, como una estatua. Es obvio que este hombre teme a los caballos y el miedo le tiene completamente paralizado. Hago un gesto a mi padre y, tras un instante, él asiente. Camino con determinación hacia los

Capítulo 5

caballos y le pido a Mishka que se eche a un lado. Entonces me apoyo en el hombro de Mysh’ para que se recueste sobre su costado. Ella obedece con gracia y yo me deslizo entre sus patas, tumbándome contra su vientre. Llamo a Mishka, que se coloca en la misma posición, de espaldas a mí.

—Muy bien, queridos —les agradezco.

Nos quedamos inmóviles durante un rato. Comienzo a tener mucho calor, así que me abrazo al cuello de Mishka y paso una pierna por encima de su lomo. Chasqueo la lengua para ordenarle que se levante y luego paso la otra pierna. Lentamente se levanta y yo le aprieto con las pantorrillas para que comience a trotar y a galopar en torno a Mysh', que sigue tendida en el suelo. Después, saltamos sobre ella, sin que ni tan siquiera se inmute. Pongo a Mishka de nuevo al paso, le acaricio el cuello y desmonto. Chasqueo la lengua y Mysh' se pone de pie. La acaricio también antes de darme la vuelta hacia Hannibal, con un gemelo a cada lado.

—Estos dos no le harán daño, señor. Puede acercarse más, se lo garantizo.

Capítulo 5

¿Le habrá tranquilizado mi demostración? ¿Le convencerá de dar un paso más hacia los caballos?

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Capítulo 6

Tras una espera que se me antoja interminable, Hannibal da un paso hacia nosotros, y luego otro más, pero se detiene en seco cuando Mishka sacude la cabeza para espantar una mosca. Rememoro la primera vez que tuve que montar un tigre en el circo. Tenía solo cinco años y me aterrorizaba ver su mandíbula llena de colmillos abierta de punta a punta ante mí, pero mi tío sabía como convencerme. Rascó al tigre detrás de las orejas y le hizo tumbarse para que pareciera menos imponente antes de llamarme de nuevo.

—Acércate, Nadia. ¡No te hará daño! Piensa que no es más que un gato grande que quiere una caricia.

Superé el miedo y me acerqué al tigre. Me arrodillé y le acaricié suavemente. Apenas unas semanas después ya estaba montando el tigre y saltando a través de aros de fuego sin ningún temor. Este recuerdo me hace sonreír, aunque no me imagino diciéndole a Hannibal que nuestros caballos no son más que gatos grandes que quieren una caricia. Pero tal vez mi sonrisa involuntaria haya bastado para que Hannibal avance unos pasos más.

Capítulo 6

—Muy bien. Ahora extienda las manos con las palmas abiertas.

Los caballos estiran el cuello despacio, acercan la punta del hocico a sus palmas extendidas y las olisquean suavemente antes de ponerse a su disposición.

—Puede acariciarles el cuello si lo desea. No se moverán.

Las manos de Hannibal se desploman lentamente hacia ambos lados. Un tic nervioso sacude de pronto su mejilla, pero el resto de su cuerpo permanece inmóvil. De repente escucho un zumbido tenue que parece despertar a Hannibal de su trance. Se arremanga la chaqueta y echa una mirada irritada a su muñeca. Observo un gran brazalete de oro decorado con piedras brillantes; ¿podrían ser diamantes? ¡Esta coquetería es una clara muestra de su carácter! El rostro de Hannibal se transforma ante nuestros ojos. Frunce el ceño, sus ojos se estrechan y mira a lo lejos. Luego su expresión se relaja y su boca se va abriendo hasta esbozar una mueca lobezna. La metamorfosis es tan inquietante que me estremezco sin querer. Los caballos deben

Capítulo 6

haber percibido mi malestar, porque empiezan a inquietarse. Rápidamente, coloco un brazo sobre el cuello de ambos para tranquilizarlos. Sigo observando a Hannibal, que ha retrocedido varios pasos. Puedo ver que está muy emocionado. Responde:

—Ya voy.

Golpea ligeramente el brazalete con el dedo índice antes de volverse hacia mi padre, con los ojos brillantes como si le devorara la fiebre.

—Ha surgido una… emergencia. Vuelvo enseguida. Póngase cómodos hasta que yo regrese.

Y con eso nos despacha y sale corriendo a toda prisa hacia un todoterreno que se aproxima a gran velocidad. Tal vez el brazalete no tenga nada que ver con la coquetería, al fin y al cabo, sino que se trate de algún tipo de herramienta de comunicación de alta tecnología, como un reloj conectado a Internet.

Mi padre me abstrae de mis reflexiones, asintiendo con la cabeza.

Capítulo 6

—Tu demostración ha sido una gran idea, Nadia, Pero creo que todavía nos queda mucho camino por recorrer antes de que este hombre sea capaz de confiar en un caballo…

—Y viceversa. No me preocupan demasiado Mishka y Mysh': tienen buen corazón, y mientras yo esté a su lado, todo saldrá bien. Pero en cuanto a Zaldia, ¡tengo la sensación de que puede sentir las vibraciones negativas que emana este hombre a un kilómetro de distancia! —¿Crees que podrás compaginarlos algún día?

—Ese es el reto que he decidido asumir…

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Capítulo 7

Mientras esperamos a que regrese Hannibal, el más joven de los empleados —Filipe— se ofrece a llevarnos de compras «a la ciudad», a cuenta de nuestro anfitrión, por supuesto. Mi padre rechaza la invitación y prefiere quedarse con los caballos, pero yo no quiero desaprovechar la oportunidad de escapar de esta prisión dorada. Debo admitir que la idea de ir de compras para mi en lugar de acompañar a otra persona para ayudarla a cargar kilos de alimentos para los trabajadores del circo es toda una novedad.

Además, durante el trayecto aprovecho para interrogar a Filipe.

—¿Llevas mucho tiempo trabajando para el Sr. Hannibal?

Por su expresión de desconcierto deduzco que no habla ni pizca de ruso, así que le repito la pregunta en un inglés bastante malo. Él me responde en un inglés aún peor que el mío.

—Un año.

Capítulo 7

No resulta muy fácil comunicarse, pero me las arreglo para enterarme de que el castillo estuvo vacío muchos años y que Filipe y el otro trabajador fueron contratados para transportar a los obreros y jardineros que restauraron el establecimiento. Pero cuando trato de sonsacarle información un poco más personal sobre Hannibal, Filipe murmura y agita la mano indicando no saber nada, o más bien no poder decirme nada. Decepcionada, me recuesto en el asiento y decido al menos disfrutar del paisaje.

¡Qué bella es la costa vasca! Aspiro el perfume natural de la vegetación y el océano a través de la ventanilla abierta del coche. Se me llenan los ojos de colores y luces nuevas. Y ello me evita observar demasiado a Filipe, siempre tan atento… Me alegra que sea él quien me acompaña; el otro empleado de nombre impronunciable, Garbixo, es mucho mayor y no tan… agradable a la vista. ¡Ya basta! No pienso malgastar el tiempo en contemplar los bíceps de Filipe, ni sus muslos, que se tensan cada vez que cambia de marcha, ni sus rizos castaños que ondean al viento, ni su perfil de nariz perfecta, ni… ¡Parece que llegamos ya a la ciudad!

Capítulo 7

En esta enorme localidad costera, ¡los atascos y las multitudes abrumadoras pronto me harían echar de menos mi prisión de calma y soledad! Filipe se da cuenta de mi aprensión al caminar entre cientos de boutiques llamativas que llenan las calles y, en una mezcla de inglés, euskera y gesticulaciones, se ofrece a llevarme a un barrio más tranquilo. Yo le sigo, agradecida, a través de las callejuelas serpenteantes del casco antiguo hasta que llegamos a una plaza adoquinada, a la sombra de las moreras. Entonces, Filipe entra en una tienda tranquila, intercambia unas palabras en euskera con la encargada, llamada Galeria, y me deja con ella, animándome con gestos. Esta encantadora mujer me mide de pies a cabeza y luego me invita a echar un vistazo a los estantes. Un vestido azul zafiro escotado, fabricado con un material sedoso y ligero, llama mi atención. Lo cojo y lo pongo ante mí, frente al espejo. Estoy… me queda precioso… salvo por las deportivas que asoman al final de mis vaqueros deshilachados. No resulta muy elegante. Me apresuro a dejar el vestido de nuevo en el estante. Noto que me arden las mejillas; nunca me atrevería a ponerme tal cosa. En su lugar, miro las

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camisetas y tomo una gris y otra negra básicas. Podría alternarlas con las dos o tres que me he traído. Entonces regresa Galeria con los brazos llenos de ropa y la cuelga en un perchero. Me llama para mostrármela. En el suelo hay cajas de todo tipo de calzado: zapatos abiertos, bailarinas, sandalias y tacones en diferentes colores. ¡Marearían a cualquiera! Obedezco a Galeria y me acerco. Recorro las perchas con los dedos, incapaz de elegir entre todas estas prendas, ¡demasiado femeninas para mí! Niego con la cabeza y le doy las dos camisetas que tenía sujetas contra el pecho. Me meto la mano en el bolsillo en busca de algo de dinero, pero Galeria se opone rotundamente. Me sonríe, introduce las camisetas en una bolsa y me las entrega. ¡Me siento tan avergonzada y torpe al abandonar la tienda!

Estoy completamente perdida. Filipe me espera fuera. Amablemente me quita la bolsa de plástico de las manos y me da una de papel a cambio.

¿Gerezi? ¿Cerezas?

La bolsa está llena de cerezas relucientes de color rojo oscuro. Están justo en su

Capítulo 7

punto; en otras circunstancias, las devoraría, pero estoy muy nerviosa y las rechazo con un gesto. Puedo notar su decepción. Me siento incapaz de mirar a Filipe a los ojos, ni de decirle nada, mientras recorremos el camino de vuelta hacia el coche. Y luego finjo dormir durante todo el trayecto. ¡No tengo remedio!

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Capítulo 8

¿Qué? ¿Me he dormido de verdad? ¿Estamos ya en el castillo? La puerta del conductor está abierta y Filipe ha desaparecido. Me froto los ojos con fuerza y salgo del asiento a duras penas. Hallo una pequeña mesa bajo una sombrilla en la terraza. Miro a mi alrededor: no hay nadie. Me acerco a la mesa. Han preparado un menú ligero para una persona. Me pregunto dónde estará mi padre… Mientras espero, me sirvo un gran vaso de agua, y, en vista de que nadie me dice qué hay que hacer, picoteo los quesos y la fruta deliciosa que tengo ante mí. Ya me siento mejor. Iré a ver a los caballos. ¡Los he echado tanto de menos!

Obviamente debo haberme perdido algo, porque lo que descubro me deja boquiabierta. Hannibal ha vuelto, ¡y está montando a Mishka a pelo! Y va descalzo, ¡sin nada más que un polo y unos pantalones de montar! Me dirijo hacia la cuadra con incredulidad, pero mi padre me indica por señas que me marche. Ah, ¿molesto? Me alejo en silencio, sin dejar de observar a Hannibal, que está sentado completamente erguido, con las manos asidas a la crin de Mishka, tan inmóvil este como su jinete. Hannibal mira a

Capítulo 8

lo lejos; su pecho sube y baja a un ritmo que deja claro que se está obligando a respirar muy lentamente. Mi padre habla en voz muy baja. No sé lo que le dice, pero Hannibal asiente con la cabeza. Mishka comienza a caminar lentamente. Las manos del jinete tiran con fuerza de su crin, como si fueran riendas, pero el plácido Mishka no parece ofuscarse y sigue al paso, dando círculos en torno a mi padre. Poco a poco, el cuerpo de Hannibal se descontractura. Baja las manos, relaja la pelvis y empieza a moverse con el caballo, en lugar de luchar contra él. Al cabo de un rato, mi padre le pide a Mishka que gire y ande en dirección contraria. Las piernas de Hannibal se tensan de nuevo; sus manos y talones comienzan a elevarse. Luego, aliviado por el movimiento regular del caballo y los consejos de mi padre, va relajándose. Mi padre le felicita, sin darse aún por satisfecho. Le indica a Hannibal que suelte la crin y ponga las manos sobre la cabeza, pero tiene que insistir un poco para convencerlo. Cuando el jinete por fin coloca las manos sobre la cabeza y observa que el caballo no reacciona y sigue al paso, obediente, el miedo de su rostro da paso a una expresión de sorpresa bastante agradable. Un poco después, mi padre le pide aún algo más. A Hannibal no le hace ninguna gracia, puesto que baja los brazos y niega con la cabeza.

Capítulo 8

Mi padre detiene a Mishka y camina hacia él. Luego mantiene una breve discusión con Hannibal, quien finalmente cede. Mientras mi padre le sujeta por una pierna, él baja el pecho hacia adelante, con una mirada de desconfianza y casi odio en su rostro, y se abraza al cuello del caballo. Mishka, con lo buen mozo que es, se lo permite sin problemas. Noto que la espalda de Hannibal se relaja un poco. Entonces, mi padre hace que Mishka comience a caminar de nuevo y le siga durante unos pasos para luego soltar poco a poco la pierna de Hannibal. Al principio, Hannibal está petrificado. Después, se va dejando llevar y, al final, permite que el caballo camine llevándole a lomos, sin oponer resistencia. Pero como mi padre deja de darle instrucciones a propósito, Mishka, como todos los buenos caballos, decide ponerse a pastar e ir de un matorral a otro. Hannibal no se atreve a moverse hasta que mi padre le dice entre risas que ya puede despertar e incluso bajarse del caballo si quiere.

Me cuelo sin hacer ruido y logro escuchar fragmentos de su conversación, en la que se mencionan las palabras rigidez, respiración, confianza,

Capítulo 8

persistencia, objetivo y Zaldia varias veces. Si el objetivo es que Hannibal sea capaz de montar y dominar un caballo como Zaldia pronto, realmente tiene que ir bajando la guardia…

Busco con los ojos a Mysh' y a Zaldia. Ah, están en cuadras separadas, alejadas al máximo de la de Mishka. Supongo que mi padre debe haberlos retirado para que no interfieran en la nueva relación entre Mishka y Hannibal. Ambos pastan tranquilamente. Parece que Zaldia empieza a adaptarse al nuevo entorno, de lo cual me alegro mucho. Estira su cuello robusto y olfatea el aire salobre, sacudiendo la crin. Contemplo sus potentes músculos mientras da unos pasos en dirección hacia el océano. Es una mezcla de fuerza y gracia, realmente magnífico. ¿Quién reconocería en él al semental salvaje herido y demacrado que recogimos hace unos años y que solía ser presa de la ira?

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Capítulo 9

Estábamos de gira, presentando un espectáculo circense en la Siberia occidental. Nos habían dicho que en la estepa de Kulunda, entre el Obi, el Irtish y el Kazajstán, había una ganadería de caballos de pura raza española. El tío Vassili logró convencer a mi padre para que adquiriera algunos caballos con el fin de que los números ecuestres resultaran aún más espectaculares. Eligieron a los elegantes andaluces, de aire orgulloso y talento natural para piafar y pasear. Su boca delicada hace de ellos caballos finos y obedientes si se equipan y montan debidamente. También se utilizan a menudo en las películas, donde su actitud y su buen temperamento son muy apreciados. Son fiables y valientes, tienen siempre un carácter amable y, cuando se les concede el gusto, les encanta darse postín en la pista de circo para deleitar al público.

Por tanto, nos dirigimos a la ganadería, en la que su dueño, un hombre llamado Vania de largo cabello grasiento y expresión taimada, nos ofreció un lote de cuatro potros por un precio razonable. Estaban en pequeños boxes alineados en un hangar sombrío hecho de hojalata. Mi padre

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hizo una mueca de dolor al ver cuán flacos y apagados estaban y ya se disponía a marcharse cuando el tío Vassili, eterno diplomático, pidió examinarlos a la luz del día, en movimiento.

Mi padre, frunciendo el ceño, negó con la cabeza al verlos caminar, torpes, debilitados y asustados, mientras Vania tiraba de ellos con el ronzal, reprendiéndolos sin piedad. Murmuró «niet» a mi tío y se dio la vuelta para marcharse. Entonces oímos de repente un gran estruendo proveniente de la parte posterior del hangar. Unos relinchos furiosos, acompañados de golpes en la chapa metálica, hicieron retumbar toda la construcción. Vania, con un gesto de reprobación, entregó los ronzales a Vassili y salió corriendo hacia la parte trasera del edificio.

—Zaldia, ¡maldito semental! ¡Voy a romperte las riendas!

Mi padre le siguió y yo corrí tras él tan rápido como permitieron mis piernecillas. Vania había agarrado una fusta y estaba azotando sin piedad al semental gris, que luchaba dentro del box, coceando las paredes de chapa y revolviéndose contra las ataduras

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que lo retenían. El pobre caballo estaba cubierto de ronchas y marcas sanguinolentas, tenía los ojos blancos de rabia y echaba espuma por las comisuras de la boca. Mi padre se abalanzó sobre Vania, le arrancó la fusta de las manos y le plantó un puñetazo en toda la cara. El hombre acabó tirado sobre el polvo, aturdido, frotándose la nariz. Con incredulidad, preguntó:

—Pero… ¿cómo diablos voy a vender este animal si no lo domo primero?

Mi padre alzó la fusta, dispuesto a infligir a Vania el mismo castigo que este había estado aplicando al pobre semental, pero entonces yo grité:

—¡No! ¡Para, para! ¡Te lo ruego!

Mi padre me miró como si fuera una extraterrestre, colorado como una remolacha y casi tan enfurecido como el semental maltratado. Tras lo que pareció una eternidad, soltó la fusta y se restregó la cara con fuerza, como queriendo eliminar los restos de la ira que le había abrumado. A continuación, sacó del bolsillo un fajo de billetes atados con una goma y se lo arrojó a

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Vania, que alzó las manos para protegerse la cara, temeroso de recibir nuevos golpes.

—Me llevo los potros y el semental por el mismo precio. Recemos para que nuestros caminos nunca jamás vuelvan a cruzarse.

Siempre he sentido una mezcla de temor y respeto por mi padre. Empecé a quererle cuando vi que era capaz de sentir empatía por sus caballos, cuando descubrí que tenía una paciencia infinita para cuidarlos y, lo más importante, para ganarse su confianza.

No fue fácil meter los caballos en el remolque en la granja. Los potros, tras darles de beber y mediante una combinación de palabras dulces, zanahorias y caricias, al final subieron la rampa y entraron en el furgón. Solo faltaba convencer a Zaldia.

A pesar de haber criado tigres desde cachorros, al tío Vassili le sorprendió la furia de Zaldia y me mantuvo bien alejada de su box.

—Llevarnos este animal es un error, Sergei. Es una bestia salvaje, imposible de domesticar. Nos matará antes de que consigamos siquiera acercarnos.

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El semental, contenido por las ataduras, nos miraba por el rabillo del ojo. Su cuerpo temblaba, nervioso, y sus músculos estaban tensos como un arco a punto de disparar.

—No puedo dejarlo aquí —respondió mi padre.

Luego se acercó al semental, lentamente pero con determinación, palmas abiertas, susurrándole:

—No voy a hacerte daño, andaluz. Déjame liberarte de tus ataduras.

Continuó murmurando palabras tranquilizadoras. La sonoridad de su voz me hipnotizaba como el hang que toca mi primo Igor. Es una especie de tambor redondo de metal con una punta en el centro y cinco huecos a su alrededor, como marcas hechas con la palma de la mano, nada que ver con los bombos que se golpean con una maza. Cuando Igor repiquetea con sus dedos el tambor, apoyado sobre sus muslos, acariciándolo como un gato, las vibraciones y los sonidos se entremezclan para crear una melodía cautivadora. Si Igor toca el hang de noche junto al fuego, desata un

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torbellino de sueños que viajan por la imaginación. Los ojos se cierran e imágenes de felicidad o nostalgia comienzan a formarse tras los párpados caídos. La mente surca olas de mares cálidos o vuela sobre alas de seda. Los tigres emiten bufidos suaves, simulando el eco de esta voz venida de las profundidades del tiempo, del vientre secreto de la tierra.

¿Es esta la voz que escucha Zaldia? Tembloroso y atento, permite que mi padre se aproxime. Sus orejas danzan un ballet ansioso; su hocico se estremece. Pero cuando considera que el humano ha llegado demasiado cerca, lo deja claro, mostrando los dientes y bajando las orejas. Se agita y, a cada paso, trata de liberarse de las ataduras que lo sujetan y se hincan en sus flancos; el cabestro de cuero atado a su frente y sus mejillas le oprime la cabeza y la garganta. Mi padre se detiene y permanece inmóvil durante largo tiempo, sin dejar de hablar. Luego, muy despacio, se saca un largo cuchillo del cinturón y lo sostiene ante el caballo, que comienza a cocear con inquietud y a golpear las paredes de chapa de nuevo. El tono de voz de mi padre cambia ligeramente y se vuelve más gutural. No puedo oír las palabras, pero veo que

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el semental intenta darse la vuelta y mirarle. Deja de golpear las paredes y, al final, se queda quieto. Mi padre continúa acercándose a él lentamente. Entonces, con un movimiento rápido y preciso, corta la cuerda que aprisiona los flancos del caballo y da un paso atrás, sin demora. El semental comienza a agitarse, patear y saltar como una oveja, a falta de poder retroceder y escapar. Mi padre espera a que el caballo se calme, sin dejar de recitar palabras de consuelo. Pronto el pecho de Zaldia, que se hincha y deshincha como un acordeón, comienza a ralentizar el ritmo. Sus patas restriegan el sucio lecho, dudosas de su semilibertad. El semental tira de las sujeciones que retienen su cabeza, pero rápidamente entiende que no podrá liberarse por sí mismo, Así que contempla a mi padre durante largo rato. Finalmente, se desplaza a un lado para dejarle entrar. Mi padre entra y camina hacia el lado del caballo, evitando tocarlo. Corta las ataduras restantes y vuelve a retroceder a su rincón del box. Zaldia, por fin libre, sacude la cabeza y deja escapar un largo relincho antes de encabritarse ante mi padre. Mi corazón se sobresalta. Noto la mano tensa del tío Vassili en mi hombro. ¿Estará su predicción a punto de cumplirse? ¿Va a pisotear el semental a mi padre para castigarlo por ser humano?

Capítulo 9

Zaldia permanece en posición vertical durante lo que parece una eternidad… pero termina por bajar de nuevo sobre sus cuatro pezuñas y abandonar su prisión de metal. Embriagado por su nueva libertad, galopa a toda velocidad, da vueltas, cocea, se encabrita y sale corriendo hacia la estepa. Lo perdemos de vista en lo más alto de la colina. Miro a mi padre, que sonríe orgulloso, mientras sigue con la mirada una mota en la distancia, ahora ya invisible. Parece haber sufrido una transformación. Y luego, con un gesto subrepticio, se frota los ojos.

Vassili me da una palmadita en la cabeza. Le miro; su rostro es la imagen de la alegría pura mezclada con el alivio. Para mi padre, parece que la liberación de este caballo maltratado soluciona todos los problemas del mundo, compensa todas las pérdidas y restaura el deseo y las ganas de vivir.

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Capítulo 10

El viaje de retorno por las carreteras bacheadas de la estepa desierta de Kulunda, con los cuatro potros en el remolque, transcurrió en silencio. Ninguno de nosotros quería romper la emotiva liberación de Zaldia. De vez en cuando los potros, que olfateaban el aire, comentaban el paisaje a su manera con relinchos de sorpresa o de llamada ante los nuevos olores y el murmullo del viento a través de los tallos de trigo que brotaban de la tierra negra, saludando a los halcones que surcaban el cielo y a los antílopes saiga que corrían entre los castaños y ahora mostraban su capa estival. Entonces, de repente, comenzaron a relinchar al unísono, a viva voz. Sus relinchos eran repetitivos y agudos, como si hubieran visto un buen pasto o reconocido a un compañero de cuadra. El tío Vassili miró por el espejo retrovisor instintivamente y vi que la expresión de su rostro expresaba una gran sorpresa. Redujo la velocidad y aparcó en el arcén de la carretera, mirando a mi padre con insistencia. Mi padre estaba medio adormilado y no comprendía por qué se había detenido la camioneta.

—¡Bájate, Sergei! ¡Tenemos visita!

Capítulo 10

Desconcertado, mi padre se frotó la cara para despertarse y abrió la puerta, entre refunfuños. Sus protestas cesaron en cuanto vio quién era nuestro visitante, ¡Zaldia! Nos había seguido, Puede que como jefe de la manada para proteger a los potros, o tal vez en busca de un poco de compañía.

—Nadia, toma ese saco de zanahorias y ven aquí —me susurró.

Zaldia se había escondido detrás de los árboles y observaba nuestros movimientos. Mi padre sacó una gran zanahoria y se acercó a la linde de los castaños; a una distancia prudente del semental, se detuvo y le ofreció la zanahoria, llamándole con voz reconfortante. Con el morro arrugado y el hocico ensanchado, el semental olfateó con avidez el aroma de la zanahoria. Resopló con curiosidad golosa, pateando tras la arboleda, aún dudando si abandonarla o no. En la furgoneta, los potros estaban entusiasmados y llamaban a su amigo con una fanfarria de relinchos alegres. Pero Zaldia seguía guardando la distancia. Entonces, mi padre dejó la zanahoria en el suelo y dio unos cuantos pasos hacia atrás al

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tiempo que seguía llamando al semental con los brazos a los costados y las palmas abiertas. Tras dudar un momento, Zaldia abandonó el refugio boscoso para danzar de un lado a otro antes de decidir apoderarse de la zanahoria del suelo. Acto seguido, volvió a esconderse entre los árboles. Mi padre sacó otra zanahoria de la bolsa que yo llevaba y se acercó algunos pasos más. La bolsa era muy pesada, por lo que decidí dejarla en el suelo y sentarme al lado. Mi padre retomó la conversación con Zaldia, tratando de seducirle para que se acercara más. El caballo bailó, vaciló y luego se atrevió a tomar media zanahoria de la mano de mi padre. Después reculó y bailó de nuevo. Cuando hubo devorado la segunda mitad de la zanahoria, se retiró, bailó y vino trotando hacia mí; bueno, a decir verdad, hacia la bolsa de zanahorias que estaba junto a mí.

—No hagas movimientos bruscos, Nadia —me recomendó mi padre, con una voz que denotaba inquietud.

Sin mover ni una ceja, dejé que Zaldia se acercara a la bolsa, danzara y se hartara de jugosas zanahorias dulzonas. ¿Era porque yo apenas alcanzaba la estatura de medio

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humano que solo me tenía miedo a medias? Fuese lo que fuese, yo no le temía; únicamente sentía compasión por este pobre caballo y sus llagas. Le susurré palabras tiernas y, arriesgándome a que huyera, alargué una mano hacia él y acaricié una zona de su cuello en la que no había heridas. Se estremeció, pero no se alejó.

Un chirrido nos sobresaltó a los dos y, por un segundo, temí que Zaldia saliera huyendo, pero solo dio un paso atrás, en espera, al acecho. El tío Vassili había abierto la puerta y estaba hablando con mi padre.

—Muy despacio, camina hacia el remolque con la bolsa —dijo mi padre.

Me levanté lentamente y sentí que Zaldia temblaba de ansiedad, pero no se alejó. Retrocedí hacia el remolque, dejando caer instintivamente una zanahoria detrás de mí de vez en cuando, como hacía Pulgarcito con las migas de pan. Zaldia relinchó en señal de frustración, negándose en principio a seguirme. Una vez que hube regresado al vehículo y arrancamos a poca velocidad, Zaldia decidió ir recogiendo las «migas de zanahoria». Acompañado por

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los sonidos de ánimo de los potros, nos siguió de vuelta al campamento y aceptó unirse a los demás caballos de la cuadra. Y así es como nos hicimos con un semental y cuatro potros que tenían que aprenderlo todo desde cero, empezando por el amor…

Mi padre consagró una ingente cantidad de tiempo y energía a educar a Zaldia, a hablarle y entrenarle poco a poco. Así fue ganándose su confianza y su respeto. Creo que yo a veces estaba celosa del tiempo que mi padre dedicaba al caballo en vez de a mí. Su relación era tan fuerte que quedaba poco espacio para los demás. Al observarlos caminar uno al lado del otro, con los hombros impecablemente alineados, veo una pareja perfecta, de esas que se conocen tan bien que pueden comunicarse sin palabras. A veces me pregunto si no fue Zaldia quien «curó» a mi padre, pocos años después de la desaparición de mi madre. A pesar de su naturaleza de semental y de la plaza que se ganó como rey indiscutible de los caballos circenses, era en cierto modo fiel a mi padre. Nadie habría dicho que Zaldia obedecería jamás a otro ser humano; tenía buenas razones para odiarlos.

Capítulo 10

Me consolé un poco de la distancia que mi padre interpuso entre nosotros al dedicarse a cuidar de Zaldia, ¡porque también significaba que de pronto debía ocuparme de domar a los nuevos potros! Eran tan dulces, dóciles y juguetones, y aprendían tan rápido, que al poco tiempo ya pudimos montar un número que deleitó a nuestro público. Zaldia nos miraba fijamente cuando ensayábamos al aire libre, aprendiendo de lejos el tipo de relación que podía construirse con los humanos bondadosos. Hasta el día en que, para gran sorpresa de mi padre, ¡saltó la valla de la cuadra y se unió a nosotros!

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Capítulo 11

No tengo ninguna gana de levantarme. Hannibal está haciendo grandes progresos. Parece cómodo a cualquier velocidad, aunque prefiere claramente montar a Mishka y a Mysh' ensillados, en vez de a pelo. Yo no sirvo de nada, ya que él solo trabaja con mi padre. Y este lleva dos días de muy mal humor, desde que encontramos a Hannibal en la pista a primera hora de la mañana encaramado sobre Mysh', ensillada y embridada, azotándola como un loco para conseguir que le obedeciera.

—¡Le prohíbo que pegue a mis caballos! ¿Es que no ha aprendido nada? —gritó mi padre corriendo hacia él. Le arrebató la fusta de las manos y le obligó a desmontar. —Nunca conseguirá que un caballo le obedezca a largo plazo a base de violencia. ¡Me marcho de aquí ahora mismo y me llevo a los caballos conmigo!

No presencié el resto del altercado, ya que me apresuré a sacar a la pobre Mysh' de la pista y alejarla de este horrible hombre. Pero Hannibal debió encontrar la forma de hacer que mi padre cambiara de opinión, porque aún seguimos atrapados en este maldito castillo. Se

Capítulo 11

supone que hoy tiene que montar a Zaldia, pero creo que habrá que posponerlo debido al mal tiempo. El cielo se ha olvidado de que se supone que es azul y únicamente presenta tonos lúgubres de gris y negro. Los árboles se doblegan ante la fuerza del viento y la lluvia lo inunda todo, empezando por mi moral.

Al final me decido y salgo de debajo del edredón para estirar las piernas. Quería pasear por el borde del acantilado bajo el sol, pero voy a tener que aplazar el proyecto y aprovechar para explorar el interior del castillo en su lugar. ¿No dijo uno de los empleados, el de nombre impronunciable, algo sobre una biblioteca? Como mi familia está siempre en la carretera, rara vez puedo tomar libros prestados. Y aparte de viejos manuales ajados tras pasar por las generaciones de los niños del circo, ¡nunca he leído mucho! Me dirijo al recibidor de la entrada, pero no hay un alma. En voz alta, pronuncio:

—¡Hola! ¿Hay alguien?

La única respuesta que obtengo es el eco de mi propia voz. Bueno, no importa. Dudo un momento antes de subir por la escalera de

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caracol. Esta vez la luz que penetra por la cúpula de cristal no refleja los rayos de luz a su alrededor. Sus tonos grises y violáceos empañan los retratos de familia; los ojos de los difuntos parecen seguirme cual fantasmas. Estoy empezando a arrepentirme de haberme inmiscuido en el mundo de Hannibal. Me doy cuenta de que, cuanto más asciendo, más modernas son las ropas de los retratados. ¡Vaya! La colección de retratos se interrumpe bruscamente. Echo un vistazo a la pintura final. Muestra una familia de cuatro personas ataviadas con trajes propios de la década de 1970 o 1980, creo. Todos sonríen, salvo un niño de pelo castaño, que aparenta unos seis o siete años de edad. Observo su rostro más de cerca; diría que es Hannibal. Tal vez sea porque el cuadro ha envejecido, pero parece que tiene ojos heterocromos: uno azul y otro marrón. Sin embargo, creo que los ojos de Hannibal son los dos de color azul metálico… La expresión de su rostro me molesta en cierto modo, así que en su lugar miro al chiquillo de pelo claro que posa orgulloso a su lado. ¿Podría ser su hermano pequeño? ¿Por qué se acaba aquí la colección de retratos sin más?

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Consciente de que no hallaré respuesta alguna a estas preguntas, sigo mi ascenso por la escalera hasta arriba del todo. Puedo oír el repiqueteo constante de la lluvia bajo la cúpula de cristal. Las nubes se arremolinan con furia, proyectando sombras danzarinas sobre las paredes y el suelo de parquet claro, impecablemente encerado. Cierro los ojos un momento y aspiro a fondo este nuevo olor a cera y madera con notas de cuero. Al concentrarme más, creo reconocer el olor del papel, similar al de nuestros viejos libros de texto. Sonrío y abro los ojos: ¡he entrado en el reino de los libros!

Las paredes están cubiertas de libros, en estanterías de 5 a 6 metros de altura. Hay un riel estrecho en la parte inferior de los estantes y una corredera en la parte superior, que permiten deslizar una escalera de madera. Con manos temblorosas, corro la escalera hacia un lado; se desliza a la perfección, sin rechinar lo más mínimo. Tiemblo de emoción. Subo los peldaños de la escalera de uno en uno, saboreando el desfile de letras doradas que hay grabadas en los lomos de cuero de los tomos, como si viera un vídeo en avance

Capítulo 11

rápido. ¡Me llevaría toda una vida leer las obras que alberga esta biblioteca! Llego a la parte superior de la escalera y miro en círculo para contemplar estos tesoros de papel. No me siento el amo del mundo, sino más bien como un capitán de barco, de pie en la cubierta de popa, admirando mi preciado cargamento: ¡el saber universal!

Tomo con suavidad un libro de un estante y hundo la nariz en las páginas; su dulce olor me embriaga. Si pudiera detener el tiempo, me encerraría aquí y devoraría uno por uno todos estos libros, de abajo arriba. ¡O tal vez dejaría en manos del azar elegir el orden! Un ruido repentino me arrebata de mi ensueño y estoy a punto de caerme de la escalera. ¡Alguien acaba de cerrar la puerta! Rápidamente, dejo el libro en su sitio y subo los peldaños, tratando de hacer el menor ruido posible. Me acurruco en el rincón más alejado de la biblioteca, apretujándome contra el fondo de los estantes como una niña pequeña que espera que la regañen, mientras oigo unos pasos que se acercan.

Reconozco la voz del empleado mayor, que habla para sí. No, creo que habla por teléfono, a juzgar por las pausas de la conversación.

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—Muy bien, Sr. Hannibal… Estambul, inmediatamente. Sí, señor, yo me encargo… Mañana a las 10:00.

La voz se aleja. Las puertas se abren y se cierran de nuevo. Vuelve a reinar el silencio. ¡Uf! Aliviada, me recuesto contra los estantes. De pronto, el suelo se da la vuelta y me proyecta hacia un lugar oscuro, totalmente desconocido. ¡Socorro!

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Capítulo 12

Turquía, Zacarías

He quedado con mi viejo amigo el anticuario Yilmaz en el Kapalıçarşı, el Gran Bazar de Estambul, el mercado cubierto más antiguo del mundo. Antes a veces hacía negocios con él, le vendía las ofrendas de los fieles ortodoxos que llegaban al monasterio para intercambiar algo inútil por la promesa de una parte infinitesimal del paraíso. Entre las antiguallas del bazar, se esconden tesoros de gran valor que solo el ojo experto puede detectar, y Yilmaz siempre me ofrecía el mejor precio. Más allá de sus modales y su discreción, ¿puede realmente llamarse amigo a alguien si la relación se reduce al beneficio mutuo? Aun así, es una de las pocas personas a las que podía pedir un servicio discreto, como recibir en la trastienda a un desconocido, cuya identidad me esmeré por no revelar.

He fijado la hora del encuentro unos pocos minutos antes de la hora de cierre del mercado, las siete en punto. Será puntual. No es el tipo de persona que se pierde entre el laberinto de pasillos, pasajes y patios de las 58 calles coronadas

Capítulo 12

por una sucesión de arcos decorados con mosaicos azules, rojos y verdes que comprenden más de 4.000 tiendas. Él, Hannibal, ignorará los reclamos de los mercaderes de alfombras y sabrá ir directo al «Viejo Bazar», el principal caravasar y el más antiguo, situado en el centro de estos pasillos. En el mundo de las antigüedades, a Yilmaz se le conoce como el lobo blanco. Abre la pesada cortina de damasco que oculta la trastienda y su alojamiento a los ojos y el clamor de la multitud. Saluda con la cabeza al visitante y le dirige hacia la confortable alcoba, donde yo le espero.

He ensayado el encuentro una y otra vez. No trataré de disculparme. No dejaré que me tiemble la voz. No me inclinaré ante él. Lo pasado, pasado está. Aquí y ahora, somos iguales a ojos del dios de los negocios. Pero cuando el hombre se sienta frente a mí y pone sobre la mesa un maletín de piel mucho más inflado que aquel que se suponía que yo debía entregar a Leyla, se me hace un nudo en el estómago y trago saliva sin querer. Es una de esas personas que pueden lograr que los débiles les obedezcan con su mera presencia, de las que su mirada te juzga como una guillotina. Aparto la vista y le

Capítulo 12

entrego el pergamino que contiene el testimonio del soldado griego y el dibujo del fragmento de la estrella de Zeus. Él despliega el pergamino cuidadosamente y lo analiza, sin mostrar la más mínima emoción. Luego lo pliega de nuevo, no sin antes atravesarme con su mirada.

—Entonces, Zacarías, ¿este escrito no te ha revelado la ubicación del templo de Zeus, a cuyos sacerdotes este soldado habría confiado el fragmento de la estrella?

—No.

Intenté reconstruir el itinerario del soldado, recorriendo los archivos de los descubrimientos arqueológicos persas y helenísticos, examinando los mapas topográficos indios, persas y griegos más antiguos del mundo, pero acabé por comprender que no lo lograría en un plazo razonable de tiempo, al menos, no por mi cuenta y sin conocer los entresijos de todo este asunto de la estrella de Zeus. Así que decidí vender a Hannibal el documento que podría conducirle hasta el fragmento de la estrella y renunciar a un beneficio que habría sido aún mayor, si bien mucho menos garantizado.

Capítulo 12

Hannibal sacude la cabeza ante mi respuesta negativa. Luego se levanta y guarda el pergamino en un bolsillo interior acolchado de su chaqueta.

—En tal caso, no eres ya de ninguna utilidad para mí —dice, mientras me apunta con una pistola provista de silenciador—. Te perdonaría la vida si no me hubieras traicionado la primera vez.

Se oye un silbido ahogado y siento que un dolor insoportable va creciendo en mi pecho. Veo la silueta encapuchada de Hannibal desaparecer tras la cortina y le oigo murmurar:

—Quédate con el dinero para los gastos de limpieza, Yilmaz, amigo mío.

Y mientras siento que agonizo en un charco de mi propia sangre, completamente solo en esta alcoba que pedí prestada a mi «amigo», tras cometer el error de creer que estaba en igualdad de condiciones ante Hannibal, aprovecho mi último aliento para alcanzar mi teléfono móvil. Deslizo los dedos, cada vez más rígidos, sobre la pantalla, selecciono una foto del

Capítulo 12

pergamino que había tomado para poder seguir estudiándolo en secreto y la envío a la última persona que habría querido tener como aliada: Leyla, la egipcia. Y tras cumplir mi acto final, mis dedos entumecidos dejan caer el teléfono y voy quedándome poco a poco inconsciente, sonriendo a los demonios que vienen a buscarme. Hannibal, vivirás para lamentarlo…

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Capítulo 13

Egipto, Leyla

—Así que, habibti, ¿ya tienes fecha para casarte con John? ¡Ay!

Le está bien empleado si tiro un poco fuerte de la banda de cera de azúcar adherida al muslo de la Sra. Arfaoui. Desde que mi tía Wadiha dejó escapar un poco de información acerca de mi novio, las clientes del salón de belleza besos dulces no dejan de venir a por mi como moscas a la miel. Podrían dedicarse a torturar a otra persona. Además, no hay nada de matrimonio por ahora. John ni siquiera me ha presentado todavía a sus padres… Bueno, es que viven en Seattle (EE. UU.), bastante lejos de El Cairo, pero eso no es excusa. Yo nunca me iría a vivir a la ciudad más lluviosa de los Estados Unidos, y de todos modos ... ¡Oh, maldita sea! Me he dejado el teléfono encendido en mi bata de esteticista.

—Discúlpeme un instante, Sra. Arfaoui, ahora mismo vuelvo.

—Ay, ¡el amor no espera a nadie! ¡Mua, mua, mua!

Capítulo 13

Voy a depilarla entera, hasta el último pelo, cabeza incluida. No, ¡le haré tragar el tarro de cera para hacerla callar! Voy corriendo al vestuario para leer el mensaje que acabo de recibir.

Cuando veo lo que es, casi me da un ataque al corazón. Noto que me fallan las piernas. El mensaje dice lo siguiente: —Véngame. Encuéntralo antes que él.

Abro el archivo adjunto. Amplío el documento que me ha enviado el hermano Zacarías, el hombre de confianza de Hannibal. Horrorizada, reconozco el dibujo de un fragmento de la estrella de Alejandro Magno, un trozo que aún no había visto. Si Hannibal lo encuentra, o si ya lo tiene, ¡contará ya con cuatro de los cinco fragmentos de la estrella! Leyla, ¡no te asustes! Trato de recuperar la compostura y reenvío el documento a los miembros de la red, a la vez que solicito una videoconferencia urgente. Entonces trato de llamar al hermano Zacarías para averiguar cómo llegó este documento a sus manos y por qué me lo ha mandado a mí, pero el teléfono suena una y otra vez sin que nadie responda; ni siquiera tiene

Capítulo 13

contestador automático. ¡Dios mío! Esto no pinta bien… Veamos. Me quito la bata, me pongo los vaqueros y las deportivas, cojo el casco y le digo a la tía Wadiha que tengo que ausentarme, por tiempo indefinido. ¡El grueso vello de las piernas de la Sra. Arfaoui tendrá que apañárselas sin mí!

Me desespera el tiempo que tardo en llegar a la universidad con la moto por culpa del denso tráfico que colapsa las calles de El Cairo las 24 horas. Ya por fin en el laboratorio informático, me dirijo apresuradamente a un rincón donde queda un equipo libre. Me conecto a nuestra red, me pongo unos auriculares con micrófono y me preparo para recibir las noticias: las buenas y las malas.

Battushig es el primero en conectarse. Saluda con la mano en un recuadro de la multipantalla.

—Hola, Leyla. Espero que no haga demasiado calor en El Cairo.

—Hola a todos. ¿Qué habéis podido averiguar?

Capítulo 13

—El profesor Keusséoglou está descifrando el texto en Atenas. Ya nos ha puesto sobre la pista de uno de los soldados de Alejandro Magno, a quien parece que el general Tolomeo le encomendó la misión de esconder…

—¡La cuarta parte de esta maldita estrella! ¿Coincide con el dibujo?

—Sí, Leyla —afirma el profesor Temudjin—. Y todos los historiadores y geógrafos de la red están trabajando en el documento. Estamos tratando de reconstruir el trayecto que recorrió el soldado desde la India, aunque las intenciones de este pobre hombre eran un poco incoherentes.

—¿En qué puedo ayudar? —añade mi querido John, que acaba de aparecer en pantalla y también de despertar, a juzgar por las marcas de almohada que tiene en la cara y el cabello revuelto como si lo acabaran de electrocutar.

—Una vez que hayamos determinado su itinerario de viaje con bastante precisión —continúa el profesor Temudjin—, Leyla, tú y los arqueólogos

Capítulo 13

podréis investigar qué templos dedicados a Zeus existían a finales del siglo IV a. C.

—Dime, tortolito, ¿cuándo vas a volver? Me gustas más que las delicias turcas.

—Um… —responde, mientras se pone rojo como una guindilla superpicante—. Leyla, esta conversación no es privada…

—¡Uyyyyy! —digo, con los ojos abiertos de par en par, mortificada—. Perdón, ya os dejo que sigáis con vuestro trabajo.

A pesar del lógico estrés, los miembros de la red se despiden con una sonrisa y luego se desconectan de la videoconferencia. ¡Está claro que siempre seré Leyla, la metepatas!

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Capítulo 14

País Vasco, Nadia

He activado sin querer la entrada de un pasadizo secreto y ahora estoy prisionera en una habitación acolchada sin puertas ni ventanas, oculta detrás de la biblioteca. Podría ser una habitación del siglo XXII, en vista del equipo futurista de alta tecnología que contiene. Las paredes están recubiertas de pantallas, todas ellas apagadas. En medio de la habitación hay una mesa de cristal pulido bastante alta, la cual difunde una tenue luz azulada en la oscuridad. En su centro sobresalen unas palancas de distintos tipos; son tres. Me recuerdan a los cambios de marchas de los coches eléctricos del castillo. Borro este extraño pensamiento de mi mente y me centro en hallar el modo de regresar al pasadizo secreto. Ya me imagino que voy a morir de hambre en esta prisión insonorizada, con la garganta destrozada de tanto pedir ayuda sin que nadie del exterior pueda oírme, mientras mi padre se atormenta al no encontrarme, mirando bajo cada una de las rocas al pie de los acantilados, implorando al océano que le devuelva el cuerpo de su hijita perdida. En realidad, se me ocurre una situación aún

Capítulo 14

peor. ¿Qué pasará si me encuentra Hannibal, el único que conoce la existencia de este pasadizo secreto, cuando vuelva aquí mañana a las 10:00? En cualquier caso, ¡estoy muerta!

Empujo febrilmente unas estanterías que hay detrás de mí, esperando oír el clic que me salve la vida. Trato de moverlas, pero parecen estar pegadas entre sí y a la pared. Pruebo con el suelo, primero de pie y luego a gatas; trato de arrastrarlo o deslizarlo, pero no sucede nada, nada en absoluto. Paso las manos por las paredes desnudas de la habitación y luego por el relleno suave e insonorizante que las reviste. No detecto ninguna irregularidad, ningún tipo de palanca o cierre. No puede ser. ¡Tiene que haber alguna manera de acceder a este maldito pasillo desde el otro lado! A no ser que las palancas de la mesa de cristal sirvan para abrir y cerrar esta puerta invisible…

Me dirijo con determinación hacia la mesa, pero cuando examino lo que hay en el centro, me quedo de piedra. Me siento completamente perdida e incompetente ante este cuadro de mandos, tan ajeno a mí como la cabina de un transbordador espacial. Tenía la esperanza

Capítulo 14

de encontrar algún tipo de teclado informático que, además de para escribir mi última voluntad, me sirviera para pedir ayuda al mundo exterior, de un modo tan básico como por correo electrónico. Pero no, nada más que estas tres palancas… Toco una, y casi grito de sorpresa al ver el resultado.

Las pantallas que cubren las paredes se encienden todas de golpe y me asaltan imágenes en movimiento que hacen que me maree. Parece que las pantallas están conectadas a unas cámaras, que transmiten en tiempo real desde distintas partes del mundo. ¡Estoy en una torre de control digna de una agencia de espionaje secreto! Respiro profundamente para recuperar la calma antes de examinar las pantallas. La primera sección muestra los terrenos del castillo, incluida la pista de aterrizaje por la que llegamos y la zona reservada a los caballos. La segunda sección muestra… el interior del castillo, ¡incluidas mi habitación y la de mi padre! ¡Esta violación de privacidad me escandaliza! ¿Quién es este hombre, una especie de loco paranoico? Venga, ¡tengo que recobrar el control! Quiero entender qué espía Hannibal desde esta sala de control.

Capítulo 14

Luego el escenario cambia; probablemente sea un país diferente. Son imágenes del interior de una empresa ultramoderna… La Hannibal Corp., en Massachusetts, según la placa de la entrada del edificio. Dentro hay varios laboratorios, que deben estar bajo cero, porque todos los técnicos de laboratorio van abrigados hasta los ojos. ¿Fabrica la empresa congeladores o qué? Continúo. Esta otra pantalla muestra una vitrina de antigüedades con trajes antiguos, armas blancas, arreos gastados y una antigua joya rota. Parecen cuatro puntas triangulares que se han desprendido de una antigua corona. ¿Y esto qué es? Veo las caras de un grupo de jóvenes que hablan ante la pantalla de su equipo informático o de su teléfono… ¿Por qué espía a estas personas en particular? Y no hay sonido, así que es imposible enterarse de nada. La última pantalla muestra un castillo increíble, propio de un cuento de hadas, en mitad de un valle estrecho y sombrío poblado de altos pinos negros. Es aún más impresionante que el castillo en el que me encuentro yo, en el corazón del País Vasco. Cada piedra negra, cada torreta, cada escultura, cada lago parece haber sido diseñado por un arquitecto obsesionado por las lejanas y sangrientas leyendas de caballerías. ¡Brrr! Y luego, en una especie de claro más abajo del castillo distingo un semental casi adulto, completamente negro, excepto por la estrella blanca que tiene en la frente.

Capítulo 14

Tiene una altura formidable, una musculatura desarrollada y una elegancia majestuosa inusual. Nunca he visto caballos de esta raza. Me fascina la potencia y la determinación que emanan de este extraño y magnífico semental.

A continuación, desvío la mirada a otras imágenes, muy perturbadoras. Aparecen varios establos en un edificio. Diversas yeguas con el vientre hinchado yacen en sus boxes, como dormidas bajo el efecto del gotero al que están conectadas. El sótano del edificio alberga unas salas que podrían servir de laboratorio al mismísimo doctor Frankenstein. Hay mesas y material quirúrgico de tamaño XXL, personas ataviadas con mascarillas y batas blancas, tubos de ensayo, microscopios y computadoras. En una de las paredes hay expuestos esquemas del ADN equino y un croquis que representa un caballo negro en sus distintas etapas de desarrollo. No entiendo nada. Entonces mis ojos observan una especie de acuarios, incrustados en las otras paredes. Creo ver peces extraños, pero luego me doy cuenta de que son caballos inertes que flotan, Potros en distintas fases embrionarias. Aturdida, miro de nuevo al caballo

Capítulo 14

negro que caracolea por la pradera. El parecido innegable entre el semental y estos especímenes flotantes me hace gritar de horror:

—¡Es un monstruo!

¡Hannibal está manipulando genéticamente a los caballos! ¡Está loco! Tengo que salir de aquí y avisar a mi padre. ¡Tenemos que alejarnos a toda velocidad de este loco peligroso! Pero yo aún no he descubierto la forma de escapar de esta prisión…

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Capítulo 15

Furiosa, empiezo a trastear las palancas una tras otra. Me sobreviene el vértigo ante los miles de sonidos que surgen de las pantallas; las lenguas de los distintos países se entremezclan en una cacofonía ensordecedora. Me tapo los oídos y trato de dar con la manera de desenchufar la corriente para interrumpir esta algarabía: un cable que pueda desconectarse o algo parecido. Ante mí, en un extremo de la mesa, veo un objeto que parece un interruptor. Lo pulso, y tanto los sonidos como las imágenes se detienen inmediatamente. Vuelvo a estar a oscuras, sin contar la luz azulada que desprende la mesa, como si fuera un bloque de hielo. Cálmate, Nadia. Piensa.

Tengo que ser metódica: haré las cosas de una en una. Pulso el interruptor. Las pantallas se encienden, pero no hay sonido. Primera palanca: se escucha el sonido correspondiente a la pantalla central. Es el sonido del tráfico de una ciudad desconocida. Muevo suavemente la palanca a la izquierda. La ubicación cambia. Ahora puedo ver a unos jóvenes que trabajan en mesas cargadas de componentes mecánicos y electrónicos; hablan en un idioma incomprensible. Presa

Capítulo 15

de mi pesar, busco un rostro tranquilizador al que aferrarme. Uso la palanca para pasar de una pantalla a otra. Hay acción en todas partes, gente en movimiento, vorágine. Sigo cambiando de pantalla hasta que aparece una en la que las imágenes no se mueven tanto. Un hombre de mediana edad y tez bastante oscura está sentado ante un escritorio cubierto de libros. Se encuentra frente a un monitor y su rostro, tras unas gafas redondas, refleja preocupación. Parece concentrarse en un grueso cuaderno, sobre el que garabatea signos extraños. Diría que es un erudito, un hombre viejo y sabio. Si lograra comunicarme con él, podría avisar a alguien, ¡alguien que me ayudara a salir de aquí!

Y las demás palancas, ¿para qué serán?

La segunda sirve para ampliar y reducir el zoom de la pantalla seleccionada. Puedo explorar la oficina del erudito o cotillear lo que escribe en su cuaderno, pero no eso no me es de gran utilidad. Probaré con la tercera palanca. Vaya, no sucede nada. Un momento… Sí, puedo escuchar mejor el sonido de la estilográfica sobre el papel; incluso puedo oír la respiración del anciano… Perfecto.

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Desde aquí se puede espiar a un montón de gente, apreciar cada detalle visual y sonoro de su vida privada, pero… ¿¿¿hay alguna manera de comunicarse con ellos??? Frustrada, aprieto la palanca entre mis dedos. Suena una especie de chasquido y yo profiero una retahíla de insultos en ruso, de todo menos educados. Y de pronto, el viejo sabio alza la vista y mira a su alrededor. Pregunta algo en voz alta en un idioma que no entiendo, y luego lo repite en ruso:

—¿Hay alguien ahí? ¿Es usted rusa, señorita? ¿Dónde está?

Me pongo a balbucear a toda velocidad.

—¡Señor! ¡Señor! ¡Por favor, ayúdeme! Me llamo Nadia. Estoy encerrada en un… en algún lugar horrible, en la casa del Sr. Hannibal. No sé cómo salir de aquí. Él…

—¿Hannibal? ¿Ha dicho Hannibal?

—Sí, sí. Es una habitación secreta del castillo. Hay cámaras de espionaje y micrófonos por todas partes. Entré en la habitación por accidente y no sé cómo salir de ella. Mi padre no sabe dónde estoy. Yo…

Capítulo 15

—Tranquila, respire. Encontraremos una solución. Me pondré en contacto con Battushig, nuestro experto en informática, redes, cámaras y todo eso. Él sabrá qué hacer para ayudarla a salir.

Le veo teclear a toda velocidad, mientras murmura:

—Si el «Gran Hermano» nos vigila, nosotros también le podemos vigilar…

Luego levanta la cabeza, esforzándose por sonreír.

—Señorita, no puedo verla, pero mientras esperamos a Battushig, ¿podría decirme quién es usted, dónde se encuentra y por qué? Por lo que a mí respecta, soy el profesor Temudjin, de la facultad de Ciencias de Ulan Bator, Mongolia.

Le cuento al profesor Temudjin toda mi historia. Él me escucha atentamente, asintiendo con la cabeza, cada vez más consternado, pidiéndome más datos de vez en cuando. Me ruega que le describa la pantalla que muestra los cuatro triángulos de la corona rota. Su rostro se oscurece de golpe, al tiempo que murmura:

Capítulo 15

—Así que ya tenía uno…

Se recompone de inmediato y me explica que la «red» a la que pertenece trata de evitar que Hannibal materialice sus terribles planes…

Entonces la voz de un joven irrumpe en la oficina del profesor. Habla en el idioma de Mongolia, y el profesor me va traduciendo al ruso:

—Nadia, Battushig ha logrado infiltrarse en el sistema de Hannibal. Abrirá el pasadizo secreto para que usted pueda escapar, pero Hannibal detectará inevitablemente nuestra intrusión, por lo que usted y su padre podrían correr peligro. Deben abandonar el castillo tan pronto como sea posible. Pueden ponerse en contacto con la red a través de la Universidad de Ulan Bator. Ánimo y buena suerte.

Entonces oigo un silbido silencioso y el rincón de la habitación a través del cual entré comienza a girar. Me precipito hacia él y abandono por fin el antro de espionaje de Hannibal. Rápido, tengo que avisar a mi padre de todo lo que pasa ¡y debemos marcharnos de aquí!

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Capítulo 16

Corro por la escalera de caracol a toda velocidad, repasando mentalmente la terrible información que me ha dado el profesor Temudjin. No me atrevo a gritar por temor a que me descubran, pero estoy desesperada por reunirme con mi padre. Corro hacia los dormitorios y abro la puerta del de mi padre: ¡está totalmente vacío! El mío igual: han retirado las sábanas y vaciado los armarios. Abro la puerta del comedor a la carrera. Tampoco hay nadie. Mi última oportunidad de encontrarle es con los caballos. Salgo corriendo del castillo; la lluvia helada me cala hasta los huesos. Mis pies descalzos se rasguñan con las piedras de la vía principal. Da igual; tomaré uno de los cochecitos eléctricos e iré directa a las cuadras. ¡Demonios! No veo ninguno aparcado por aquí cerca. En fin, tendré que resignarme. ¡Correré como si fuera la encargada de pasar el testigo en una maratón!

La lluvia que me empapa se mezcla con el sudor de mi cuerpo mientras yo corro en línea recta, con cada vez menos aliento. No puedo ni pensar de lo fuerte que palpita el latido de mi corazón en la sien. No siento los pies, desollados; solo sé

Capítulo 16

que golpean el suelo como llevados por su propia voluntad. En cuanto llego cerca de las cuadras, comienzo a gritar a todo pulmón, llamando a mi padre y a los caballos. Pero nada más que el viento y los elementos inclementes contestan a mis llamadas desesperadas.

Creo que todo el mundo ha abandonado el castillo y todas sus dependencias mientras yo estaba encerrada en la biblioteca. Estoy muerta de miedo. Todos se han ido y me han dejado sola en esta inmensa prisión. La única manera de salir de aquí es saltar al océano y nadar hasta la costa o esperar que algún barco me rescate. Tengo que dar con alguien que me ayude a encontrar a mi padre. Camino hacia el borde del acantilado como un autómata, con los ojos llenos de lágrimas, sudor y gotas de lluvia. El viento me tambalea y me hace tropezar. Yo lucho contra las ramas de retama que me impiden el paso. Con la voz ronca de tanto gritar, les suplico que me dejen pasar, que me concedan la oportunidad de llegar al océano, pero de repente un ruido estridente y una luz resplandeciente reclaman mi atención. Uso las manos de visera y miro al cielo. Puedo ver relámpagos, pero no hay truenos; es una tormenta muda. ¿Qué es este extraño fenómeno meteorológico?

Capítulo 16

Súbitamente, noto que unos tentáculos de pulpo me agarran por detrás y me separan de la retama nudosa. Tiran de mí con fuerza, a la vez que unos chasquidos extraños resuenan en mis oídos. Hago acopio de las pocas fuerzas que me quedan para liberarme de estos tentáculos y seguir avanzando hacia el océano, pero alguien repite mi nombre una y otra vez entre los sonidos extraños… Regreso a la realidad. Bajo la guardia por un momento y trato de ver quién me llama. Me doy la vuelta y descubro a Filipe frente a mí, empapado y visiblemente preocupado. No entiendo nada de lo que intenta decirme. Me arrastra a la fuerza por un brazo para que le siga, pero me flaquean las piernas y siento que pierdo el conocimiento. Mi voluntad cede junto con mi cuerpo y noto que me agarra para no dejarme desfallecer. Antes de caer en la inconsciencia, siento que me toma en sus brazos y me aleja de este acantilado asesino…

—¡Padre!

Abro los ojos, gritando con una voz quebrada que apenas reconozco y lucho como una tigresa para tratar de liberarme de los lazos que me retienen.

Capítulo 16

Entonces reconozco el rostro de Filipe, mi salvador, inclinado sobre mí, dirigiéndome extrañas palabras reconfortantes. Me calmo un poco y descubro que estoy medio tumbada en un cálido y cómodo diván. No, no estoy en un sofá de una sala de estar, a pesar de la taza de té humeante que me ofrece Filipe, sino en el asiento reclinado de una avioneta, a juzgar por las nubes que veo pasar por las ventanillas. Interrogo a Filipe:

—¿Dónde está mi padre? ¿Y los caballos?

Pero Filipe sacude la cabeza; está claro que ni él entiende el ruso, ni yo el euskera. La ansiedad me abruma de nuevo: Mi padre, Mishka, Mysh', Zaldia, ¿dónde están? Filipe suelta la taza de té y me da una tableta, haciéndome señas para que toque un botón.

Comienza a oírse la voz magnética y edulcorada de Hannibal.

—Señorita, no podíamos esperar a que se decidiera a aparecer por su cuenta, pero le aseguro que su padre y los caballos están a salvo conmigo. Después de su… decisión de jugar al escondite, por decirlo

Capítulo 16

así, seguro que comprenderá que no le diga dónde nos encontramos en estos momentos. El trabajo para el que contraté a su padre pronto llegará a su fin y podrá reunirse con sus compañeros en perfecto estado. A condición, claro está, de que no le cuente a nadie su estancia en el País Vasco. El avión la llevará a Vladivostok, donde sus tíos irán a recogerla. Hay algunos regalos para su familia en el equipaje, además de algo de ropa que ponerse. Me habría gustado conocerla mejor, Bosikom Printsessa…

El mensaje acaba ahí, con la «princesa descalza». Enfurecida, aparto las mantas que me tapan y contemplo mis pies: están enfundados en unas bailarinas de color azul zafiro, las que iban a juego con el vestido azul que no me atreví a probarme en la tienda a la que Filipe me llevó, y que ahora llevo puesto. Siento que enrojezco de rabia y vuelvo a taparme con las mantas. Filipe aparta apresuradamente sus ojos de mí para contemplar las nubes.

Si pudiera, gritaría hasta hacer explotar el avión. Gritaría de pena, de vergüenza y de cólera contra este tipo horrible, que se cree capaz de comprarlo y

Capítulo 16

controlarlo todo. En cuanto ponga los pies en tierra firme, me las arreglaré para alejar a mi padre y a los caballos de las garras de este loco peligroso. Me pondré en contacto con la red y aunaremos fuerzas para impedir que Hannibal logre su objetivo. ¡Jamás permitiremos que se salga con la suya!

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